Del dolor a la liberación… la anestesia no sirve

Hace un tiempo acompañé a una paciente a encontrarse con el dolor. Había sufrido el abandono de su marido y en varias sesiones la acompañé en un llanto desgarrador, que muchas veces transcendió mi alma en compasión y empatía. Por un tiempo importante, trabajamos ese dolor, ese abandono, esa impotencia en el cual se había hundido y con ello, todo el brillo posible de su existencia. Ese dolor le había robado la seguridad, la valentía, la alegría… así se lo había explicado ella. Con el tiempo y espacio necesario logró llorar lo suficiente para poder llegar a un silencio delicioso… a un silencio que le permitió ver lo trascendental de su historia y con delicadeza aprendió del perdón, de sus límites, de su necesidad de ayuda, de su humildad, de su fortaleza. Validó su belleza. Su experiencia la envolvió de oportunidad y sin ignorar su herida, hubo un nuevo amanecer, un nuevo brillo y una nueva oportunidad. Lo logró gracias a que no ignoró el dolor, habitó en su herida, la enfrentó y buscó ayuda.

Hoy en día, vivimos seducidos por el no mirar lo que nos duele. Vivimos anestesiados, mostrando siempre lo bonito, lo exitoso… vivimos un Instagram diario, escondiendo lo que finalmente es universal a todos los seres humanos… el dolor. De alguna manera, crecemos creyendo que ignorar lo que nos duele hará que se vaya… pero no es así. Miro a mí alrededor y me hace sentido las enfermedades de nuestros tiempos. Cuerpos que se enferman de pena, de rabia, otros de soledad. El creer que podemos caminar sin dolor nos hace adictos a las anestesias de la modernidad: al trabajo, al alcohol, los ansiolíticos, a la belleza… a múltiples adicciones, a los cuales le regalamos nuestra vida, desperdiciándola, enfermándonos del alma. Negar el dolor es deprimirse, es caminar vacío en la vida, es vivir basándose en juicios infundados, promesas incumplidas, perdones no elaborados, declaraciones no hechas, demandas y exigencias que nos hemos tragado sin reflexión y límite. Lo más grave de evitar el dolor no sólo nos lleva a pérdidas, o el malestar profundo, sino que finalmente nos vamos desconectando de todo; del día, de la noche, de lo lindo y lo feo, de las alegrías, de los aromas, de la naturaleza, de los sueños, de lo simple, de lo complejo, de lo bueno y de lo malo. Nos congelamos hasta que un buen día, estamos perdidos, angustiados y abatidos en una vida sin sentido.

No hablo novedades y hay estudiosos y sabios que lo explican tanto mejor. Enfrentarnos a lo que hay en nuestro interior implica encontrarse con el dolor. Abrirse, pedir ayuda, buscar el bienestar emocional es el paso a la liberación, a la sanación. Mirar el dolor a la cara, reconociendo su innegable existencia ofrece la posibilidad de construir la vida que realmente se ha querido tener, ofrece crecimiento, oportunidad, alivio y tiempos nuevos… redescubrir el sentido de vida.

No hay anestesia posible para el dolor… solo un tiempo. Un tiempo para la rabia, para la pena, para el silencio. Otro para la entrega y finalmente vendrá la sanación, y solo ahí, podremos comprender lo que en el ayer no era posible. Solo después de ese maravilloso proceso, entendemos de la compasión, de la generosidad sin ego, de la mano extendida, de la simpleza y de la alegría. Solo ahí, abrazamos la liviandad con gratitud y entendemos que todo en la vida, absolutamente todo… es un regalo.

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